sábado, 8 de mayo de 2010

El Dueño - Segunda Parte - Cristóbal - Capítulo 1 - La Llamada

SEGUNDA PARTE

CRISTÓBAL

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LA LLAMADA

-Julio: llamá ahora mismo a la gente de Pérez Companc. Deciles que, si no le adjudican el negocio al señor López, no pisan más esta provincia.


La amenaza de Néstor Kirchner no dejó margen de duda. Fue lanza¬da desde su oficina de gobernador de Santa Cruz en diciembre de 1998. Su entonces ministro de Economía, el arquitecto Julio De Vido, escuchó con atención y tomó nota. Enseguida se dirigió a su despacho y, por telé¬fono y casi con las mismas palabras, le transmitió la advertencia al enton¬ces número uno de la Pérez Companc (PC), el ingeniero Oscar Vicente.

-Oscar, esto no es joda. Néstor está como loco. Me dijo que "si no le adjudican" al señor Cristóbal López lo que le corresponde, Pérez Com¬panc no va a poder operar más en Santa Cruz...

Desde su oficina con vista al puerto ubicada en el piso 23 del edificio de Pérez Companc en Maipú 1, Vicente entendió que se trataba de "una apretada política". No tenía ni la mínima idea de quién era Cristóbal López, pero de inmediato comprendió que, si no satisfacía la exigencia de Kirchner, los intereses de la petrolera en la Patagonia se verían muy afec¬tados. No era un López cualquiera.

Era Cristóbal Manuel López, 53 años, casado, dos hijos, Documento Nacional de Identidad 12.041.648, nacido en la ciudad de Buenos Aires pero con residencia en Rada Tilly, Comodoro Rivadavia, Chubut; empre¬sario del petróleo, la basura, los colectivos, los olivares, los casinos y los tragamonedas, con una facturación que supera los tres mil millones de pesos, más de once mil empleados, ex corredor de Turismo Carretera y criador de caballos pura sangre, además de dueño de miles de hectáreas de campos, un avión y dos barcos.

El empresario considerado "el Yabrán de Kirchner" por los sindicalis¬tas del Casino de Puerto Madero, a quien Luis Juez acusó de soborno y Elisa Carrió denunció como miembro de una asociación ilícita encabeza¬da por el mismísimo Néstor Kirchner, no olvidará más aquella llamada.

Porque fue el gesto que provocó su obediencia incondicional hacia quien cuatro años después se transformaría en presidente de la Argentina.

Vicente cortó con De Vido y terminó de acomodarse en la silla de su escritorio. De inmediato le pidió a su asistente que averiguara el telé¬fono de las oficinas de Comodoro Rivadavia de "ese tal Cristóbal López", de la empresa de servicios petroleros Almería Austral. Al día siguiente lo encontró.

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Hombre rudo y acostumbrado a mandar, Vicente se mostró extraña¬mente amable.


-Señor López, ¿le incomodaría viajar a Buenos Aires para conversar sobre su problema?

López no podía creerlo. El capo máximo de la industria petrolera argentina le estaba pidiendo casi por favor un encuentro cara a cara. La mano derecha y socio de López, Fabián de Sousa, un joven que todavía no había cumplido los 30 años, sonreía como si hubieran ganado el campe¬onato mundial de fútbol. El pedido directo a Kirchner empezaba a rendir sus frutos.

-¡Vamos, todavía! -gritó, cuando Vicente y su jefe acordaron la cita.

Al otro día, a las diez de la mañana, Vicente, López y De Sousa se encontraron en la oficina del primero. Fueron cuatro apasionantes horas de conversación ininterrumpida.

Vicente escogió con cuidado el tono campechano con el que ha sabi¬do seducir a más de un jefe de Estado y a varios ministros de Economía y secretarios de Energía. Les contó su humilde infancia y su brillante carrera hasta llegar a ser el número uno de la petrolera Pérez Companc, y de la vez que le explotó un tubo de dos mil libras de presión que le frac¬turó la base del cráneo y lo dejó en coma por tres días.

López, en cambio, eligió el camino corto. Le tiró "su problema" sobre la mesa. Lo llenó de papeles. Le repitió lo mismo que le había dicho a Kirchner, por teléfono, durante casi una hora, el día anterior: que Pérez Companc le iba a dar por perdida a Almería la licitación para perforar sus pozos en Río Gallegos y a adjudicársela a Pride, aunque no se lo merecía.

-Tenemos información de adentro. Yo no sé si estaremos arruinando el negocio de alguien importante. Solo sé que lo justo es que nos la adjudiquen a nosotros, porque cotizamos 35 por ciento menos que los americanos.

La verdad era que López estaba desesperado.

El precio del crudo había bajado abruptamente y la industria petrole¬ra soportaba una de las peores crisis de la historia. Sus trabajadores habí¬an estrenado una nueva forma de protesta denominada "piquete".

Almería Austral estaba a punto de quebrar.

Sus ocho equipos de perforación estaban parados desde hacía casi un año. Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) les había interrumpido los con¬tratos para perforar en el golfo San Jorge, ubicado en el sur de Chubut y el norte de Santa Cruz, y la compañía no lograba conseguir otros trabajos.

No solo tenía paradas todas sus máquinas. Además, cuatrocientos cincuenta y seis empleados estaban por ser despedidos. Un treinta por ciento eran ingenieros, y la mayoría había empezado en Almería desde su fundación, en 1991. La petrolera debía pagar todos los meses nove¬cientos mil dólares a sus asalariados. Y López se había visto obligado a hacer lo que se había jurado no hacer jamás: poner plata fresca de sus empresas rentables para sostener a las unidades de negocios que se venían cayendo.

-Fue el peor Cristóbal que conocí. No dormía. Se la pasaba haciendo cuentas hasta las doce de la noche, y se levantaba a las cuatro de la maña¬na asustado, porque tenía miedo de que los petroleros le hicieran un escrache en su casa -contó un empleado de aquella época.

Fue entonces cuando el empresario tomó la decisión: presentarse a una licitación convocada por Pérez Companc para perforar en el yaci¬miento La Esperanza, caminera El Calafate, uno de los lugares más fríos del continente.

El pliego parecía confeccionado para hacer ganar a Pride. Exigían equipos "winterizados". Es decir, preparados para trabajar con temperatu¬ras de hasta treinta grados bajo cero. Entonces López hizo traer lonas, caños y calderas especiales desde Canadá para cubrir los equipos y hacer¬los más eficientes.

-Nos gastamos medio millón de dólares en "winterizar" los equipos, porque, si no ganábamos ese contrato, teníamos que cerrar la empresa -le contó López a un amigo, años después.

Entonces sucedió algo que el empresario no esperaba. Uno de los ana¬listas del pliego le anticipó, en secreto, que Pérez Companc estaba decidi¬do a entregarle el negocio a Pride, a pesar de que Almería había presen¬tado una mejor oferta. Cristóbal casi enloqueció y jugó su última carta: el mismo día, después del mediodía, llamó a su amigo Pablo Grasso y le explicó la situación. Le imploró:

-Pablito, necesito hablar ahora mismo con el gobernador. Es el único que puede salvarme del desastre.

Grasso es uno de los desconocidos incondicionales de Kirchner. Transportista y comprador de los camiones Scania que la concesionaria de López le vendía a buen precio, Grasso solía compartir con Néstor los asa¬dos militantes que se hacían los fines de semana en un taller mecánico de Río Gallegos.

-Cristóbal, vos sabes que el Lupo duerme la siesta. Yo voy a hablar con él, pero no te aseguro nada...

Eran las cinco y media de la tarde de un lunes cuando Grasso llamó a Cristóbal y le dijo:

-Te está escuchando el gobernador.

A López le temblaban las piernas.

El empresario tiene un preciso recuerdo de aquella conversación. Todavía siente el tenso silencio de Kirchner. Y aún ahora piensa que, por momentos, el gobernador no estaba escuchándolo. Néstor solo lo inte¬rrumpió al cabo de una media hora, para preguntarle:

-Señor López, necesito que me asegure que lo que usted me está diciendo es la pura verdad.

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Días después, cuando Oscar Vicente les confirmó que habían resulta¬do adjudicatarios y que sus equipos de perforación podían volver a ope¬rar, lo primero que pensó Fabián de Sousa fue que Almería se había sal¬vado. Pero Cristóbal López lo tomó como algo personal. Reunió a sus hombres de confianza y sentenció:

-Tengo una deuda eterna con el gobernador de Santa Cruz. A este tipo le voy a estar agradecido de por vida.

Para López lo que hizo Kirchner fue un verdadero acto de justicia. Una evidente defensa de los intereses de una empresa nacional que esta¬ba siendo perjudicada por otra norteamericana.

López nunca se detuvo a pensar en las implicancias de la presión que ejerció Kirchner para favorecerlo. Aunque el resultado haya sido justo. ¿Puede el gobernador de una provincia petrolera usar su influen¬cia para presionar a una compañía en favor de otra, en el medio de una licitación? ¿No es por lo menos antiético que un funcionario con poder sobre los negocios de una petrolera en su provincia la amenace con impedirle seguir trabajando? ¿Cómo no sospechar que el lobby de Kirchner para beneficiar a Cristóbal podría ser, en el futuro, pagado con otros favores?

Al empresario del petróleo y el juego estas disquisiciones formales no le preocupan.

Lo único que le interesa es desmentir que él, Cristóbal Manuel López, sea socio o testaferro de Kirchner, y aduce que empezó a amasar su inmensa fortuna mucho antes de que el político lograra su primer cargo electivo, como intendente de Río Gallegos, en 1987, y que su padre, un español nacido en Almería, ya les había dejado un millón de dólares a él y a su hermana María José, al morir, en 1976, en un absurdo accidente de tránsito. Lo único que le interesa aclarar es que, cuando Kirchner profirió esa amenaza contra Pérez Companc, él ya tenía algunas de sus más im¬portantes empresas, a saber:

CLEAR SRL: Fundada en 1980, en la actualidad factura 164 millo¬nes de pesos y emplea a 1.080 personas. Las siglas significan Cristóbal López Empresa Argentina de Recolección.

La Proveedora de la Construcción: Fundada en 1988, da trabajo a 120 personas.

Feadar: Nombre de fantasía de la concesionaria de camiones Scania; inscripta en 1990, tiene 55 empleados y factura cien millones de pesos.

Casino Club: Nació en 1991, con la apertura de su primer casino, el de Comodoro Rivadavia. Ahora factura quinientos millones de pesos y tiene 2.300 empleados. Antes de conocer a Kirchner, López ya explotaba casi¬nos en Comodoro, La Pampa, Misiones, Tierra del Fuego y Mendoza. Cristóbal tiene solo el treinta por ciento de Casino Club. Otros dos socios ostentan treinta por ciento cada uno y otro, Héctor Cruz, maneja el diez por ciento restante.

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Tsuyoi SA: Fundada en 1994, tiene setenta empleados y 150 millones de pesos de facturación. Se trata de la concesionaria Toyota de Comodo¬ro Rivadavia.

Indalo Aceites: Registrada en 1997, con trescientos empleados y 42 millones de pesos de facturación. Administra olivares en la provincia de Catamarca.

Indalo SA: Empresa de colectivos de la provincia de Neuquén nacida en 1998, con 350 empleados en la actualidad y 54 millones de facturación.

Cristóbal López empezó a trabajar como repartidor de pollos del cria¬dero de su padre en 1971. Tenía nada más que 15 años. Un domingo a la tarde, después de comer, su papá invitó a jugar al truco al gerente del Banco Nación, sucursal Comodoro Rivadavia. Cristóbal lo eligió como pareja de juego. Al rato, como iban ganando, el adolescente le preguntó:

-¿Me podría dar un crédito para comprarme una camioneta?

El gerente no dijo que no:

-Si te lo firma tu madre, lo tenés adjudicado.

López presionó con fuerza a sus padres para conseguirlo. Esa misma semana empezó a repartir pollos frescos con su flamante vehículo. Su padre le había otorgado el mejor recorrido de toda la Patagonia.

-Con dos o tres negocios levantaba la misma plata que mis compa¬ñeros después de visitar como diez.

Antes de cumplir los 17, lo golpeó su primera frustración. Su padre le exigió que dejara el reparto para aprender a administrar la empresa. Los negocios crecían sin prisa y sin pausa por la contratación de sus camio¬nes para transportar combustible. Cristóbal le preguntó si era un ascen¬so. López padre le respondió que sí. Él le consultó entonces cuánto le pensaba pagar. Su padre, un andaluz de Almería de cuero duro, le res¬pondió:

-El mínimo.

El adolescente intentó resistir: el mínimo, comparado con sus ingresos de repartidor, era lo mismo que nada. Hasta planeó abandonar el hogar paterno con el dinero que tenía ahorrado. López padre resistió dos días con sus noches el amotinamiento de su mejor empleado. A Cristobalito se le vino el mundo abajo. Tardó unos cuantos años en comprender la decisión:

-Me preparó para heredar la empresa, y al poco tiempo se mató en un accidente.

En el transcurso de la primera charla, López pidió al periodista evitar el golpe bajo de recordar ese momento. Pero, ni bien terminó de decirlo, se explayó en los detalles del hecho.

Fue un domingo de 1976, a las seis de la mañana. Él se enteró una hora después y estuvo un año entero sin hablar con nadie que no fuera su hermana menor, María José.

Su mamá, su papá y el contador de la empresa salieron de madru¬gada rumbo a Loma de la Lata, Neuquén. Se trataba de la primera lici¬tación de Gas del Estado en la que iban a participar. Ya se la habían adjudicado, pero requerían su presencia en el lugar. Habían decidido que manejara Cristóbal, a bordo de la camioneta Ford F100 que siem¬pre usaban para los viajes largos, pero, durante el almuerzo del sábado, la mamá se quejó:

-¿Acaso soy la esclava de la casa? ¿Por qué no puedo ir con tu padre, y de paso paseamos un poco?

López padre no llevó la F100, sino el Peugeot 504, serie 2000, gomas G8, verde manzana y metalizado, modelo 1976.

-Era el mejor auto de Comodoro. Y lo teníamos nosotros.

Salieron de madrugada. Venían tomando mate, y sin cinturón de seguridad. Al padre de Cristóbal se le cayó algo. Se agachó para buscarlo y, cuando se incorporó, tenía un camión encima. Pegó el volantazo y el auto empezó a hacer trompos. El papá y la mamá salieron despedidos. El vehí¬culo los aplastó, matándolos de manera instantánea.

-Al que le tocaba hacer ese viaje era a mí -confesó Cristóbal, todavía lleno de culpa.

Me lo dijo mientras manejaba su camioneta Toyota último modelo desde More, el megagym que le instaló en el centro de Comodoro a su mujer, Muriel Sosa, hasta su casa de más de mil metros cuadrados ubica¬da a catorce kilómetros de allí, en Rada Tilly.

En 1977 su empresa de transporte empezó a comprar más camiones y obtener más contratos.

En 1980 fundó CLEAR, Cristóbal López Empresa Argentina de Reco¬lección.

En 1988 creó la Proveeduría de la Construcción

En 1989 obtuvo la concesión de los camiones Scania.

En 1991 se quedó, casi de prepo, como se verá más adelante, con la recolección de residuos de toda la ciudad de Comodoro Rivadavia.

También en 1991, y en la misma ciudad, ganó la licitación de su pri¬mer casino, y fundó Casino Club.

En el cuadro de integración que la consultora de prensa de López envió para aclarar cuánto dinero gana y a cuánta gente le da trabajo, hay varias perlitas que merecen ser destacadas. Los datos pertenecen a 2009.

El grupo declara una facturación de 3.028 millones de pesos y un total de 11.620 empleados.

López separa a Casino Club de HAPSA (Hipódromo Argentino de Palermo), los casinos flotantes y Tecno-Acción, la red de apuestas online.

Casino Club, solo, presenta una facturación de quinientos millones de pesos y da trabajo a 2.300 personas.

Pero HAPSA factura mil millones de pesos y tiene 1.800 empleados.

Y los casinos flotantes facturan seiscientos millones de pesos y dan trabajo a 2.300 personas.

De Casino Club López es socio mayoritario, con el treinta por ciento de las acciones, pero de HAPSA y los casinos flotantes tiene la mitad, que a la vez debe repartir con sus socios de Casino Club.

OIL M&S recauda 320 millones de pesos y da trabajo a 1.400 personas.

Cuando López sostiene que él empezó a hacer negocios antes de conocer a Kirchner, no falta a la verdad. Pero cuando afirma que "tiene lo mismo que tenía antes", lo que hace es manipular los datos.

Porque antes de la llamada de Néstor no tenía ni HAPSA ni los casi¬nos flotantes ni Oil M&S ni Tecno-Acción. Solo esas cinco empresas fac¬turan casi dos mil millones de pesos.

Sin incluir Palermo ni los barcos, Casino Club posee quince casinos y catorce salas de slot distribuidas en siete provincias. Y, desde su funda¬ción, opera 4.208 máquinas tragamonedas. Es decir: casi mil menos que las 5.100 "exigidas" para instalar en Palermo por el escandaloso decreto presidencial. Dentro de poco, cuando Casino Club inaugure su sede en Rosario, reportará dos mil maquinitas más.

Uno de los datos más llamativos sobre Casino Club también involucra a Kirchner. De los veintisiete emprendimientos de la sociedad anónima, veinticuatro fueron obtenidos por licitación. Los tres restantes pertene¬cen a la provincia de Santa Cruz. Cristóbal se los quedó por adjudicación directa de... Kirchner.

Uno fue el casino de Río Gallegos, inaugurado el 1o de febrero de 2003 por el intendente de la ciudad, el radical Héctor Roquel, y el gobernador Néstor Kirchner. Hacía dos semanas que el entonces presidente Duhalde había dado el apoyo público para la candidatura de Kirchner como pre¬sidente de la Nación.

El segundo fue el casino de Caleta Olivia. Y fue inaugurado el 19 de diciembre de 2003 por el intendente del Frente para la Victoria Fernando Cotillo. Sergio Acevedo era el gobernador y Kirchner, el Presidente.

El tercero se inauguró en El Calafate el 18 de noviembre de 2005. El intendente era Néstor Méndez, denunciado por repartir tierras a Kirch¬ner, sus parientes y decenas de funcionarios del Frente para la Victoria. El gobernador de la provincia todavía era Acevedo. Y Kirchner, además de Presidente, era el vecino más ilustre de la ciudad.

De todos modos, Cristóbal nunca podrá negar que la aparición de Néstor en su vida fue providencial. Y no solo porque la perforadora Alme¬ría Austral pudo seguir operando. También porque su recuperación le per¬mitió comprar más equipos y aumentar considerablemente su participa¬ción en el mercado de la perforación de pozos petroleros hasta alcanzar el 22,5 por ciento del total.

Tres años después de la amenaza de Kirchner a Oscar Vicente, en junio de 2001, Almería fue adquirida nada más ni nada menos que por su competidora Pride, a un precio que el mismo López consideró excesivo, mucho más allá de su verdadero valor.

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-No querían solo mis catorce equipos de perforación. Querían sacar¬me del mercado. Y eso les costó caro. Muy caro. No se lo voy a decir a usted, pero la AFIP sabe. Me pagaron por Almería más de cinco veces el valor real. Se podría decir que esa venta fue la primera coronación de mi carrera empresaria. Y también se podría entender por qué me enojo cuan¬do unos cuantos nietos de puta dicen que yo soy el testaferro o el socio de Kirchner. ¡Si, cuando yo vendí Almería, Kirchner no había asumido la Presidencia! -explicó en una de las dos entrevistas cara a cara concedidas al autor de este libro.

Cuando Kirchner empezó a pasarle las facturas de sus servicios de lobbista, Cristóbal López ya era rico, pero también vulnerable.

Veamos.

Un año después de que Pérez Companc bajara a Pride y le adjudicara las perforaciones a Almería, López visitó a Kirchner junto con otros colegas de la entonces flamante Cámara de Empresas de Servicios. Primero los reci¬bió De Vido y, después, el gobernador. La reunión nada tuvo de particular. Lo curioso sucedió horas después, cuando López recibió un llamado de un subordinado de De Vido. El mensaje fue en los siguientes términos:

-Necesitamos que tome a un obrero que se quedó sin trabajo. Es de una barriada pobre que manejamos nosotros. Tiene una familia grande, con muchos chicos. Esta semana se lo mando para allá.

López contrató al desocupado sin condiciones. Y sus gerentes consi¬deran esa llamada como "el primer pase de factura" después del recorda¬do gesto de Kirchner frente a Pérez Companc.

Cuando habla entre amigos, Cristóbal asegura que en su empresa de servicios petroleros Oil M&S llegó a contabilizar 350 desocupados que le fueron enviados por Kirchner para que les diera trabajo.

Pero su socio, Fabián de Sousa, tiene el dato preciso de todos los pedi¬dos de los funcionarios del kirchnerismo. De Sousa afirma, con la plani¬lla de Recursos Humanos en la mano, que desde que Cristóbal conoció a Kirchner y hasta julio de 2009, las empresas del grupo contrataron por sugerencia del ex presidente a 791 personas.

-Algunos de los hombres no estaban capacitados para ejercer ningún trabajo. Y muchos llegaron a nuestras compañías con serios problemas de salud, en especial alcoholismo. Pero nosotros los tomamos igual, por¬que a Néstor no se le puede decir que no -confesó De Sousa.

En el primer reportaje realizado en la mismísima cocina de su casa en Rada Tilly, López se negó a responder cuánto dinero había puesto para las campañas electorales municipales, provinciales y nacionales.

Sin embargo, y de inmediato, mostró en la pantalla de su iPhone un mensaje de texto. Esa exhibición y su razonamiento posterior muestran con crudeza el verdadero vínculo que Kirchner mantiene con los empre¬sarios considerados amigos.

-Fíjese, me está llamando Héctor Méndez, de la Secretaría (General) de la Presidencia. Quieren que nos hagamos cargo del alquiler de unos colectivos para un acto en Chos Malal (Neuquén). Ojo: eso también es plata. ¡Son como doce lucas!

-¿Y usted qué va a hacer?

-Se las voy a dar. ¡Qué voy a hacer! Así es Néstor. Él me ve a mí como colectivero y petrolero. En los dos primeros años de su gobierno me lla¬maba hasta tres veces por semana cuando tenía quilombos petroleros o energéticos. Me presentaba el problema y me pedía una solución. Enton¬ces nos sentábamos con Fabián (de Sousa), lo analizábamos y en pocos días le comentábamos nuestra posición. ¿La verdad? Algunas veces, nues¬tras ideas fueron tomadas y presentadas por él. Pero no muchas. Porque con él no dialogás. Él te habla sin esperar que le respondas. O te escucha, y después va y hace lo que quiere.

El empresario cree que Kirchner lo veía como colectivero porque López tiene una empresa de colectivos en Neuquén. Lo que ignora es que, aunque se trata de doce mil pesos, la entrega de los vehículos para ser usa¬dos en actos partidarios también puede ser mal entendida.

La obediencia de López a Kirchner no significa que se esté en presen¬cia de un hombre de negocios sumiso.

En Comodoro Rivadavia todavía se recuerda aquella escena épica, sucedida el 31 de mayo 1991. Fue en la puerta de la municipalidad y en horas de la mañana. Cristóbal hizo estacionar cincuenta de sus camiones Scania para demostrarle al intendente que su compañía tenía derecho a quedarse con el negocio de la recolección de basura.

CLEAR, de López, había ganado la licitación frente a su competido¬ra, Malvinas Argentinas, una empresa que operaba el negocio desde hacía catorce años. Sin embargo el intendente, Mario Morejón, insistía en pro¬rrogarle el contrato a Malvinas una y otra vez, con el argumento de que CLEAR no tenía la capacidad técnica ni económica para hacerse cargo del servicio.

Fue una lucha feroz que duró dieciocho meses. Una guerra infernal. Un tiempo en el que Cristóbal tenía una casa en el barrio industrial, en el medio de la nada, y cada tanto se despertaba con el temor de que sus ene¬migos le tiraran una bomba.

Envió solicitadas a los diarios locales cada dos semanas. Fue a la tele¬visión y polemizó con los secretarios de Gobierno y de Hacienda de la intendencia de Comodoro. Hasta que se dio cuenta de que, si no ponía en la calle los cincuenta camiones con compactadoras de basura nuevas, los ochenta y cinco carritos para los barrenderos, los uniformes, los vehículos levantadores de volquetes y los doscientos veinte contenedores, jamás iba a obtener ese contrato.

Tres días después de semejante demostración de fuerza, el intendente no tuvo más remedio que entregarle la concesión.

López sabe que semejante escándalo valió la pena: se trata de un negocio que todavía conserva.

Cristóbal recuerda aquellos días como sus tiempos de mayor audacia. Tiene razón. Porque seis meses después de haber estacionado los Scania ante la Municipalidad de Comodoro se metería en el negocio más redi¬tuable de toda su vida: el de los casinos y el juego.

Entre los hombres que conocen la verdadera historia de cómo hizo para entrar, cada tanto se repite, como si fuera un rito de iniciación, una pregunta. Es la pregunta "mágica" que su socio Ricardo Benedicto le hizo a López para convencerlo de que tenía que incorporarse en el negocio. La versión breve de la pregunta reza:

-¿La vas a dejar pasar?

Pero la frase completa es:

-Cristóbal, estamos frente a una oportunidad única. Decime, ¿la vas a dejar pasar?

Todo comenzó en el verano de 1991, en un viejo hotel, llamado Comercio, sobre la avenida principal de Puerto Madryn. La mujer de López se había ido de vacaciones allí junto con su hermano Jorge y la esposa de este, Adriana. Cristóbal llegó un sábado a la noche, durmió en el hotel y se levantó a desayunar. Mientras tomaba café con leche y comía su primera medialuna escuchó información de primera. La gente más poderosa de la ciudad comentaba cómo un empresario local, asociado con otro porteño, terminaba de ganar la licitación del casino de Puerto Madryn y cómo seguramente se quedaría con la siguiente licitación, la del casino de Comodoro.

"¡Qué hijos de puta!", pensó Cristóbal. "¡Estos son pesados de verdad! ¡Se van a quedar con todo!"

Sintió bronca y envidia a la vez. ¿Cómo un tipo de Madryn y otro de Buenos Aires se iban a quedar con lo que podía convertirse en uno de los mejores negocios en Comodoro?

Era el verano de 1990. Todavía no había casinos privados en la Argentina. El presidente Carlos Menem había pergeñado una jugada de negocios magistral. Le había quitado la potestad del negocio del juego a Lotería Nacional y se la había entregado a cada provincia. En¬tonces cada provincia empezó a organizar su propia lotería. Es decir: a licitar casinos.

Tan contrariado quedó López, que se empeñó en comprar el pliego de licitación para levantar el casino de Comodoro. Fue a la agencia de Lote¬ría donde debían de tener y lo pidió:

-Quiero un pliego.

El encargado había sido entrenado para evitar "competidores" ines¬perados.

-¿Y usted quién es?

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-A usted qué le importa: yo quiero un pliego para participar de la licitación que se va a llamar en quince días. Si no me lo consigue, lo denuncio.

Al otro día López concurrió con su abogado, Daniel Osmar "Cacho" Herrera. Veinticuatro horas después, Encarnación le dio el pliego en un sobre.

Cuando el empresario lo leyó, comprendió que la licitación queda¬ría desierta. El primer inconveniente era que el intendente pretendía que el nuevo casino se levantara en la curva donde estaba el cemente¬rio de los primeros colonos. Era la zona donde había más viento.

López no se presentó y esperó, paciente, otro llamado.

En el ínterin, Ricardo Benedicto, un hombre del que Cristóbal se había hecho muy amigo después de viajar juntos para ver al seleccio¬nado nacional en el Mundial de Fútbol de Italia de 1990, solo escu¬chaba las idas y vueltas de López alrededor del casino y permanecía en silencio. Ambos se desesperaban por imaginar cómo sería el nego¬cio del otro lado de la ruleta.

Benedicto era gerente general de la constructora Burgwardt y los socios de Cristóbal López le tenían cierta desconfianza. Benedicto tenía los horarios de trabajo que le imponía su oficina en Buenos Aires: arrancaba a las siete de la mañana y terminaba a las cinco de la tarde.

Como las empresas de López trabajaban hasta las diez de la noche, Benedicto siempre se hacía tiempo para pasar por la oficina de Cris¬tóbal.

-Este nos viene a espiar para cagarnos los negocios —le decía su socio a Cristóbal, porque a veces Burgwardt y las empresas de López competían en algunas licitaciones para transportar combustibles.

Un buen día, mientras Cristóbal desayunaba en el Hotel Comodo¬ro, Benedicto pasó con su camioneta F100 frente al ventanal y le hizo una seña para que saliera con disimulo, como si tuviera que hablarle de algo importante que nadie más debía escuchar.

López dejó de comer y se metió en la camioneta junto a Benedic¬to, para protegerse del viento y enterarse del porqué de tanto misterio.

-Parece que sale una nueva licitación.

-Si. Me llegó el dato.

-¿Y qué pensás hacer?

-Nada. Sabés que estoy hasta las manos.

En efecto, López estaba hasta las manos. El intendente de Comodo¬ro le había demorado los pagos correspondientes al servicio de recolec¬ción de basura en represalia por haberle cortado su acuerdo con Malvinas Argentinas. Por otra parte, no le daban las horas del día para asumir otra responsabilidad.

Entonces Benedicto fue a fondo y en menos de media hora desplegó sus mejores argumentos para pelear por el negocio y explotar el casino.

-Yo me ocupo de todo: compro el pliego, armo la sociedad, busco el lugar, lo alquilo, lo refacciono y contrato a la gente. Vos poné la guita ini¬cial y dame una participación en la compañía.

Cristóbal volvió a dudar:

-Tengo demasiado quilombo.

Y Benedicto le dio el empujón final:

-Decime, Cristóbal. Estás frente a una oportunidad única, ¿la vas a dejar pasar?

"¿La vas a dejar pasar?" fue la pregunta "asesina". La que le hizo pen¬sar a Cristóbal una y otra vez que jamás se perdonaría haberse perdido el negocio de su vida.

El empresario dijo que sí, y al mismo tiempo tuvo que aclararle a su esposa que por ahora no comprarían la casa de sus sueños, aquella que el gerente general de Pride acababa de poner en venta.

Cristóbal dio el sí, pero antes le hizo jurar a Benedicto que se ocupa¬ría de todo, desde el principio hasta el final.

López y Benedicto le ganaron la licitación a la empresa Punto y Banca por un margen mínimo en el precio.

Ahora, cuando cuenta los billetes que le corresponden por su partici¬pación en Casino Club, pero también cuando analiza el impacto de seme¬jante negocio en su imagen pública y la de su familia, Cristóbal recuerda aquella frase de Benedicto y sonríe con tristeza.

Él, como todos los hombres de negocios cercanos al poder, quisiera solo gozar de los beneficios que implica ser considerado el caballo del comisario. Pero no está dispuesto a pagar precio alguno por eso.

-Decime, ¿por qué puta razón tengo que pagar yo sólo el costo de ser considerado "el Yabrán de Kirchner", su palo blanco, el dueño del juego en la Argentina, si apenas tengo el treinta por ciento de Casino Club? ¡Lo único que falta es que digan que soy puto y falopero! Pero, a pesar de todas las operaciones que me hacen, ¡todavía puedo decir con la frente bien alta que en mis casinos no hay putas ni faloperos ni prestamistas!

En el capítulo siguiente el lector encontrará los hechos que dan consistencia a esas y otras sospechas.

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